Ella estaba embarazada, cuando recién lo comprendió, yacía al costado de un hombre que apenas conocía. Este dormitaba tiernamente a su lado. La oscuridad de la habitación le dio claridad a los pensamientos que aún la abrumaban pero a los que mucho tiempo había querido huir. El honesto reconocimiento de algo que ella no podía controlar, que por más que se esforzará no impedirían que rechazara a la persona que tanto deseo.
En la mañana, la María Elena había hablado con él. Acordaron seguir apoyando a Cecilia. Después de todo, vivirían juntos. Él la quería. Le compró un vestido de aquellos donde el cinto encuentra su lugar debajo del busto. La princesa de la casa tendría el primer ñieto.
Se probó el vestido y se miró de frente al espejo. Sonrió tiernamente mientras se esforzaba en dibujar la figura que ella había anhelado de niña.
La calma de la noche en una apacible habitación, con la presencia de un cuarto lleno de recuerdos, luminarias y regalos la atormentaban mientras miraba alrededor. No lo quería, quería estar sola, Quería estar segura que al día siguiente nadie le preguntaría sobre su humor, sobre sus antojos, sobre su nueva vida.
Quería saber si el viaje de fin de año se realizaría, si iba a tener la oportunidad de volar en parapente con cámara en mano. Si volvería a cruzar la calle como siempre, sin la preocupación de velar por su vida sabiendo que la esperaban en casa: el niño que deseo de niña y el hombre que deseo de adulta.
¿Lo quería en su vida?. Esa noche Cecilia decidió que no. Llamó a Eduardo, se encontrarían en el lugar de siempre, pero sólo para decirle que abortaría. Mientras iba al encuentro de Eduardo, Cecilia dudó de su decisión hasta que súbitamente el llamado del teléfono la despertó.
